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Los días de invierno me los paso pegado al balcón,viendo como cae la nieve y recordando a mi hija Lía,mi pobre Lía y tambien a Mariola.Yo estoy más seco que una pasa y los recuerdos pasan con indiferencia,hasta los más brutales,ya no es como cuando era joven y lloraba recordando a mi madre.Estoy viendo a mi hija Cecylia,mejor,la estoy sintiendo detrás de mí,en la casa de Solec,con sus trece primaveras,tan dulce y pizpireta,tan espigada,tan observadora y sensitiva.Está en silencio y observa como yo hago que leo y de vez en cuando alargo el brazo y pego un lingotazo a la botella.Y mi hija siente que estoy otra vez depresivo y se acerca por detrás y me acaricia el pelo,que parece que es su madre Mariola la que me acaricia y me dice al oído:
-Tato,te adoro,eres el papá más bueno del mundo y le voy a pedir a un mago que me dé un elixir para tu tristeza..Y yo la abrazo contra mi pecho y la beso sus mejillas siempre encarnadas...y al momento,sín interrupción,estoy en la morgue delante de una mesa que parece un altar y mi hija tiene los ojos idos para siempre y el cráneo roto de la pedrada que la dieron algunos desalmados,porque hasta la fecha,la policía no dió con nadie.Y despues de un parpadeo,es Mariola que me mira desde una cama y no me reconoce y yo sé que le queda poca vida y ya nunca más me llamará imbécil,como tampoco me comerá más a besos.Y yo me enciendo otro cigarrillo y espero,a ver si hoy sube mi vecino Jarek,el magistrado del Constitucional y charlamos un rato.Zenobia se mueve como un gato y ni siquiera sé si está en casa o se ha ido,ya no me acuerdo.
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