miércoles, 24 de agosto de 2011

La vida revelada (13)

Ese mismo verano del 55,con un calor de muerte,Waldemar,Cecy y yo emprendimos una ruta turística en dirección al sur.Ibamos en un Seat 1400 de mi padre y con la lista de los pocos surtidores que existían entonces y el maletero siempre con un bidón de 50 litros,una temeridad,que con el paso de los años no ha dejado de sorprenderme,porque por Andalucía en el mes de Julio se rozaban los cuarenta grados centígrados...cosas de la juvenud y las ganas de aventura,jajaja.Por entonces,Cecylia y Waldemar estaban ya comprometidos formalmente y yo sería uno de los padrinos de su boda,al irnos a Polonia a primeros de Septiembre.Los pueblos costeros de entonces eran un oasis de soledad y modestos pescadores,botijos por todas partes y avispados lugareños que te vendían "Guoter Fontenova plus" en rudimentarias neveras con barras de hielo.Tambien empezaba la Coca-cola, y la zarzaparrilla era un lejano recuerdo.Mi madre,por si acaso, me consiguió un carnet de socio civil  y amante de la Benemérita,que nos ahorró muchos disgustos.¡Qué España, aquella!,dios mío y cuantos carretes de Leika,melones y sandías en el asiento trasero,sombreros de paja y olivares inmensos sobre una tierra roja y descarnada.Nosotros pasabamos por americanos,a pesar de mi español correcto y popular,daba igual,eramos americanos,a eso tambien contribuía  mi delgadez,mi pelo rubio y desgreñado,a lo hippy, los ojos azules como el cielo de cuando me pongo muy moreno,contrastando con la blancura lunar de Cecylia y Waldemar,una blancura que por Despeñaperros se iba transmutando en un rojo subido de cangrejo en las partes descubiertas y una blancura de leche en los límites de la ropa...Qué verano tan inolvidable...así se afianzó una amistad duradera y franca en la que ninguno de los tres  tenía secretos que guardar,éramos hermanos en el sentido más profundo de la palabra.Recuerdo que a Cecylia le deslumbraron las andaluzas,su pelo negro y brillante,su piel morena y esa belleza natural y fuerte de los pueblos antiguos,donde, de vez en cuando aparecía una rubia espectacular y sonrosada.Llegamos hasta las costas de Cádiz y yo pude contarles la trágica batalla de Trafalgar,con todo sus pormenores,tan aficionado era yo a la historia y de Gravina y Nelson,pasábamos a las sardinas asadas y el tinto en tardes de playas desiertas,la brisa del mar tostándonos la piel, y entonces, un aire de nostalgia y melancolía me recorría la espina dorsal y me hacía sentirme dichoso.El resto lo ponían Cecy y Waldemar con su pasión de enamorados...

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